Análisis de las Elecciones en Brasil – Entrevista NTN 24 Alberto Echegaray

Entrevista Alberto Echegaray Guevara – NTN 24

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Entrevista Parte 1

 

Entrevista Parte 2

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Primero fue Túnez, luego Chile y Turquía. Y ahora, Brasil. ¿Qué tienen en común las protestas callejeras en países tan diferentes? Varias cosas. y todas sorprendentes.

1. Pequeños incidentes que se hacen grandes. En todos los casos, las protestas comenzaron con acontecimientos localizados que, inesperadamente, se convierten en un movimiento nacional. En Túnez, todo empezó cuando un joven vendedor ambulante de frutas no pudo soportar más el abuso de las autoridades y se inmoló prendiéndose fuego. En Chile fueron los costos de las universidades. En Turquía, un parque y en Brasil, la tarifa de transporte. Para sorpresa de los propios manifestantes, y de los gobiernos, esas quejas específicas encontraron eco en la población y se transformaron en protestas generalizadas sobre cuestiones como la corrupción, la desigualdad, el alto costo de la vida o la arbitrariedad de las autoridades que actúan sin tomar en cuenta el sentir ciudadano.

2. Los gobiernos reaccionan mal. Ninguno de los gobiernos de los países donde estallaron estas protestas fue capaz de anticiparlas. Al principio tampoco entendieron su naturaleza ni estaban preparados para afrontarlas eficazmente. La reacción común fue mandar a los agentes antidisturbios a disolver las manifestaciones. Algunos gobiernos van más allá y optan por sacar al ejército a la calle. Los excesos de la policía o los militares agravan aún más la situación. La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente exitosos

3. Las protestas no tienen líderes ni cadena de mando. Las movilizaciones rara vez tienen una estructura organizativa o líderes claramente definidos. Eventualmente destacan algunos de quienes protestan, y son designados por los demás como los voceros. Pero estos movimientos organizados espontáneamente a través de redes sociales no tienen jefes ni una jerarquía de mando.

4. No hay con quién negociar ni a quién encarcelar. La naturaleza informal, espontánea, colectiva y caótica de las protestas confunde a los gobiernos. ¿Con quién negociar? ¿A quién hacerle concesiones para aplacar la ira en las calles? ¿Cómo saber si quienes aparecen como líderes realmente tienen la capacidad de representar y comprometer al resto?

5. Es imposible pronosticar las consecuencias de las protestas. Ningún experto previó la “primavera árabe”. Hasta poco antes de su súbita defenestración, Ben Ali, Khadafy o Mubarak eran tratados por analistas, servicios de inteligencia y medios como líderes intocables, cuya permanencia en el poder daban por segura. Al día siguiente, esos mismos expertos explicaban por qué la caída de esos dictadores era inevitable. De la misma manera que no se supo por qué ni cuándo comienzan las protestas, tampoco se sabrá cómo y cuándo terminan, y cuáles serán sus efectos. En algunos países no tuvieron mayores consecuencias o sólo resultaron en reformas menores. En otros, las movilizaciones derrocaron gobiernos. Este último no será el caso en Brasil, Chile o Turquía. Pero no hay duda de que el clima político en estos países ya no es el mismo.

6. La prosperidad no compra estabilidad. La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente exitosos. La economía de Túnez fue la mejor de África del Norte. Chile se pone como ejemplo mundial de que el desarrollo es posible. En los últimos años se volvió un lugar común calificar a Turquía de “milagro económico”. Y Brasil no solo sacó a millones de personas de la pobreza, sino que incluso logró la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el politólogo Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio. Su tesis es que en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los gobiernos para satisfacerla. Esta es la brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el gobierno. Y que alienta otras muy justificadas protestas: el costo prohibitivo de la educación superior en Chile, el autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad de los corruptos en Brasil. Seguramente, en estos países las protestas van a amainar. Pero eso no quiere decir que sus causas vayan a desaparecer. La brecha de Huntington es insalvable. Y esa brecha, que produce turbulencias políticas, también puede ser transformada en una positiva fuerza que impulsa el progreso.